lunes, 15 de diciembre de 2014

Frio y ternura

Salió con la cabeza baja y el pelo revuelto. Con su bota medio rota dio un fuerte golpe a  una piedra que salió despedida varios metros hacia  delante. “Nunca antes la había  lanzado tan lejos” – pensó-. “A lo mejor es porque estoy haciéndome mayor”.- se dijo. Esa milésima de segundo le sirvió para olvidar, para que  la tristeza desistiera, para que brotara una ligera sonrisa, para convertirse de nuevo en niña. Pero duró poco. Siguió andando con paso firme entre los charcos, con las manos heladas en unos bolsillos que tenían pequeños agujeros entre el forro. Metiendo su dedo por la hendidura se iba haciendo más grande. Le gustaba sentir el estallido de la costura. Ver cómo su dedo conseguía dominar la tela aparentemente fuerte y hacer un agujero por el que tirar piedras al suelo e intentar que entraran directamente en su bota. Sería un buen escondite. –Para cuando vengan los malos- pensó. Y yo tenga la llave del cofre que me dieron los piratas. –Meteré la mano en el bolsillo y se irá directamente a la bota. Nadie la buscará allí. Luego mirarán mis bolsillos, los verán rotos, y, mientras, me echaré a llorar. Y se creerán, los malos, que la he perdido por el camino. Y, entonces, mi llave mágica será solamente para mí.– Abrió sus grandes ojos, entre tantos pensamientos de piratas, buenos y malos, no se dio cuenta de que era de noche y de  que tenía miedo. Además de frío, enfado y tristeza,  odio y  dolor. Todo se entumecía en su cuerpecito pequeño mientras andaba cada vez más rápido. “Los malos no me verán con esta oscuridad” pensó. Una vez, había dicho la tía Elvira, se llevaron a una niña como yo“Nunca la volvimos a ver”, repetía la tía Elvira. “Y era una niña bien guapa e inteligente”.  
de debajo de esas piedras, se había perdido. Era una niña que andaba sola y de noche por los caminos. Y la metieron en un saco. La niña gritaba, le tenía miedo a la oscuridad, a estar sola, a estar perdida.

            Empezaba a temblar pensando en todo esto. Se le había puesto la punta de la nariz roja en su piel aterciopelada de niña. Una piel nueva que se hacía más mofletuda según avanzaba la cara. Tenía ojos pequeños, como achinados, que miraban insistentemente hacia el suelo, por timidez o por inseguridad. Sus labios eran una fina línea perfilada de forma desigual, los apretaba fuertemente, casi haciéndose daño. Por ese orificio de  la boca se imaginaba que podían entrar los granos de maíz hasta el estómago y allí crecer y hacerse espigas. Así, pensaba, que si crecía lo suficiente, le saldría por la oreja una enorme espiga con melena pelirroja. Y sería maga, sacaría de su oreja una espiga con la que realizaría una muñeca, le pondría trenzas con el pelo. Se lo peinaría con sumo cuidado para no romperlo y le haría trajes de noche. Y cuando se cansara, o para ocultarla de los malos o de los piratas, la metería de nuevo empujándola para dentro hacia el estómago.

            De nada servía pensar en espigas. El viento volvía a soplar más frío y hacía ruido, rugía mientras rodeaba a la niña con sus brazos. El viento se llamaba Pandora, le habían dicho. Y tenía brazos y piernas y una boca tremenda que respiraba aire con olor a canela y fresa. Se lo habían dicho y ella lo creía porque había experimentado ese olor y ese sabor. Si abrías la boca cuando soplaba muy fuerte lo podías probar como un helado y comprobar su sabor y textura. Esa noche la niña lo quiso probar y metió una bocanada por su cuerpo. Estaba frío, helado, sabía a miel, miel helada que se envolvía de forma pegajosa en los brazos y en las piernas. La estaba atrapando, le estaba impidiendo andar. Sus miles de brazos agarraban sus botas, sus rodillas y la tocaban por todo el cuerpo.
-Apártate – le dijo. El viento  le hablaba. Le decía constantemente cosas al oído. Un lenguaje que no entendía, un sonido que se hacía más fuerte y más débil por segundos. “Ojalá me lleve”- pensaba. Rodeada en unos brazos. Abrazada como hacía su madre antes de morirse. Aquellos brazos eran cálidos, suaves, con susurros incorporados de palabras cariñosas. – Alguien había dicho: “En ningún lugar del mundo estarás mejor que en los brazos de una madre”.- Ahora estaba en los brazos de Pandora. Y podía volar, mecerse sobre los árboles altos, las praderas, las flores. Flotar y ver aquellas luces a lo lejos. Era una casa seguramente y llegaría allí si seguía meciéndose. Sería una casa cálida, llena de amor, de sensibilidad, le acariciarían la frente y la dejarían secarse frente al fuego. Y estaría allí días y días con el fuego, viéndolo subir y bajar. Mientras volaba, recordaba el miedo, ese que se mete en el cuerpo y encoge los músculos hasta doler infinitamente.

Pero… cuando abrió los  ojos no había casa, ni chimenea, ni humo, ni casi viento, sólo había oscuridad y miedo. Su pequeño cuerpo temblaba y no podía evitarlo. Se acurrucó junto a un árbol esperando a que algo pasara, a que algo evitara su miedo, su frío, su temblor. Pero sin madre no podrían existir nunca más el calor y el amor. Por eso había echado a correr, para escapar de la madre muerta. El frío le había enseñado, que una madre muerta es la  que nunca va a abrazar, ni a arropar, ni a dar calor. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

Piel transformada

La abuela tenía una enorme verruga en el pómulo derecho. Cuando se ponía nerviosa se lo bordeaba con el dedo corazón. Así conseguía unir la vida que partía del inicio de la sangre con esa protuberancia formada sólo por piel.  De niña creía  que de esa verruga había partido el resto de su cuerpo. Me gustaba pensar  que la abuela había  nacido de un pequeño garbanzo de piel. Era pequeña,  escurridiza y hablaba poco. Andaba por la casa sin hacerse notar como en el laberinto de las cosas por colocar. A su paso todo quedaba siempre en su sitio. Yo tenía siete años cuando desapareció. Se inventaron historias sobre Dios y el cielo. Yo supe siempre que se había escapado rodando hacia otro lugar en el que volver a crecer desde esa verruga para escurrirse de nuevo entre las cosas.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Me pone nerviosa tu voz

-Me pone nerviosa tu voz
-¿qué es lo que no te gusta?
- el tono, el timbre, la intensidad de tus palabras, creo que incluso detesto el contenido. Y digo creo porque a menudo ni te escucho.
-No es cierto. Estás mintiendo. Nadie miente peor que una mujer despechada.
-No estoy despechada. Sólo encerrada. No me importa lo que haces con tu vida. ¿ crees que si me importa? ¿ crees que me ha importado alguna vez? No te he querido nunca. Lo que pasa es que a ti te gusta creer que todos te quieren. Pero no es así. Eres un ser impertinente.
-Típica excusa de mujer despechada. En el momento en el que no eres el centro de atención atacas. Eres como un oso hambriento. Jajjajaj. O mejor un tigre que saca las uñas y los dientes. Me habrías mordido ya si no tuvieras una boca pequeña y unos labios casi inexistentes.
- Solía gustarte esta boca. Y solían gustarte estos labios.
- Tu sí sabes usar las palabras. Solía. Pasado. Hoy mi única desgracia es estar aquí encerrado contigo.

- Ojalá fuera el camarote del Titanic y no el  Costa Concordia. Ojalá fuera otro tiempo…

miércoles, 3 de diciembre de 2014

A MADALENA E A ORIXE DO MUNDO

  
A Magdalena vista polo pintor Carreira 
A loucura non sabe de sexos, non sabe de idades , e a menudo a loucura acaba co pasado. A Madalena formaba parte das rúas de Lugo como o fixeron as pedras do camino da rúa dos viños. O viño era precisamente o que lle gostaba a Madalena, e o principio da súa loucura. Unha loucura de saia longa. Unha saia longa que moitas veces arremangaba cos brazos, mirábate ós ollos para ensinarte o que Courbet chamou a orixe do mundo. Non sei como era a orixe do mundo da Magdalena porque a min nunca ma ensinou pero contábame un amigo que él, un día paseando  cos seus país, pola rúa dos viños, en plena adolescencia viuno con todo o seu esplendor. Unha orixe do mundo morenocha rodeada de telas de saías remangadas. Dixo o meu amigo que nunca poido  olvidar esa imaxen, e que dende aquela comparaba todas as orixes do mundo que máis tarde atendeu  con aquela da Magdalena. 
            A Madalena gustáballe o Museo Provincial, non entrar dentro senon estar fora edulcorando con palabras alusivas a familia de cada un que entraba pola porta. Tamén dos que alí traballaban como gardas de seguridade que tiñan sempre a nai ben mentada pola boca un pelín sucia  da Madalena. Alí, no museo escondía o diñeiro que lle daba a xente pola rúa.  E como decía  Bertol Brech, sempre haberá un mais necesitado que vaia coller o que deixa outro. Maís necesitado ou non, o certo e que a madalena lle roubaban os cartos das esmolas escondidos nos furados da pedra. Unha situación que provocaba unha ira tremenda e outra ristra de insultos.

A madalena terá máis de 70  anos pero sempre pareceu maior, e mais depois do atropello dun coche que sufriu que a deixou media coxa. Deixouna medio coxa pero deulle un tema de conversa a maiores mentras ía a pedir esmola.  A Madalena, ademáis de ter un verbo afilado para as verbas chamadas  mal soantes, tiña unha man a que lle gustaban as cousas calidas. Así que, si mentras che pedía esmola, te achegabas a ela podías sentir como che tocaba no xa mencionado orixen do mundo ou outras partes do corpo sempre con temperaturas superiores.  Pouco importaba que foras home ou muller, o certo é  que lle gustaban as partes máis cálidas e as que mais soemos agochar.
Por isto  penso que a madalena non era tola de todo, mais ben era libre. Era libre como son os tolos para falar e insultar ou para tocar, para pedir cartos, para pedir un abrazo ou un bico. Sei dalgunha amiga a que a madalena lle pidiu únicamente un par de abrazos. Porque a Madalena como todo ser humano estaba mais necesitada de bicos que de outra cousa.  Ela está agora vivindo nunha casa despois de pasar un tempo nun asilo de anciáns en donde siguiu facendo das súas, berrando, desnudándose e escapándose o máis mínimo descuido. Agora xa moi maior vive nunha casa particular de donde non sae. Algo seguramente difícil para alguén que tiña como única parede o vento da rúa.
Este cuadro de Carreira que xentilmente nos deixou vitor da adega de San Vicente amosa  perfectamente a cara enrabeteada que tiña sempre Madalena. Co peito caído e coas máns sempre preparadas para levantar a saia. Houbo un tempo que a Madalena formaba parte do propio mobiliario da rúa dos viños e recordo esa imaxe dela coas pernas separadas, a falda tesa e un regueiro de auga amarela correndo por ente as pedras.

Eu lémbrome dela así e penso canto máís duro é vivir nas rúas sendo muller e louca. Sendo muller carente de abrazos e de cartos. Quero pensar que Madalena se nutria da liberdade, da que todos os demais carecemos por estar supostamente menos loucos.