domingo, 22 de febrero de 2015

Federico y Guadalupe

Mi primer recuerdo de infancia es una carrera alrededor de la corrala de la Calle Atocha con un bocadillo en la mano preparado por Guadalupe. Me recibía siempre con un enorme beso en la mejilla que me dejaba la cara empapada de saliva y las marcas de unas manos gordas y pequeñas en mi mandíbula. Guadalupe era una viuda granadina y republicana  que había sufrido las consecuencias de la guerra en Fuentevaqueros. En su juventud había conocido a  Federico García Lorca. De su presencia, fui consciente cada día. Una gran foto suya presidía el salón, al lado había otra más pequeña de su marido: Juan.
-¿quién es ese hombre? pregunté una tarde de bocadillo de nocilla en su casa.
-Es Federico García Lorca- respondió.
-¿Y quien es Federico García Lorca?
-Era un amigo de infancia y un vecino que mataron en la guerra.
-¿y Porqué lo mataron?
-Porque pensaba demasiado y decía lo que pensaba.
Me dejó pensativa su respuesta. Si Guadalupe decía que era malo pensar habría que evitarlo y si decía que tampoco había que decir lo que se pensaba había que estar callada. A Federico lo veía todos los días, a partir de entonces, con el dedo en los labios y guiñándome un ojo. El me enseñó a callar y a que mi cabeza se convirtiera en un mar de nubecitas con osos de colores que tenían en su interior todas las ideas que nunca podría decir.
Guadalupe y Federico se convirtieron pronto en el Universo de mi infancia. Mientras le ayudaba a lavar la ropa en agua fría me contaba historias.
-El tenía la mente más abierta que nosotros. A él le hacía mal el dolor de su pueblo. Y por eso lo mataron. Era valiente... Federico. Y se quedaba pensando un rato tras estas palabras.
Federico acabó conviertiéndose en mi ídolo. Por la noche soñaba que Federico salía de la pared y se acostaba al lado de Guadalupe para darle a ella los besos llenos de saliva que luego me trasladaba a mi por la mañana. Los besos de Federico sabían a mojado, aún así, hoy todavía me sigue guiñando el ojo desde lo alto de mi escritorio.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Mis amigos, donde estarán.


Reviso esa esquina del patio como quien vuelve a casa tras un largo viaje. Allí se acurrucaban conmigo Roque, Ana y Mario. Eramos piratas en el pacífico pero también viajeros espaciales. No había derrotas. Pintábamos la vida: el cielo de verde y el aire de malva. En invierno, de nuestra respiración salían burbujas de regaliz. Era feliz. En algún momento de mi vida Roque, Ana y Mario se diluyeron sin una despedida. Presiento que nunca volveré a encontrarlos entre este viento malva. Aún así espero sobre el cemento. Deseo volver a ser la niña sola de la esquina del patio.