miércoles, 27 de mayo de 2015

El lugar en el que la luna guiña un ojo



Allí, desde donde ella estaba  agazapada, le llegaba el olor de las rosas. No podía verlas pero las sentía y se las imaginaba. A esa mujer de vida sencilla la habían pinchado varias veces con el tallo de esa flor. El mayor pinchazo lo había sentido con el hijo muerto. Hacía ya muchos años  pero  la espina se había quedado en su cuerpo. No obstante le bastaba alzar la vista hacia los pétalos rojos para atenuar el dolor  pidiéndole a sus otros hijos que se rodearan de personas  que les quisieran.  Ella lo sabía bien. Su riqueza en vida había sido atesorar ese amor silencioso que mece pero no alborota.

No me la imagino riendo, ni hablando porque nunca oí su voz. Si me la imagino caminando por la vida sin hacer ruido, sin molestar, sin llamar la atención. La veo  creando a su alrededor una nube verde  de dulzura, de cariño, de humanidad, de consejos inteligentes. Y por eso entre las flores respiré fuerte para que me llegara  una pequeña parte de esa nube.


A la mujer la habían llevado al lugar más bonito del mundo, en donde la luna guiñaba un ojo y los árboles susurraban canciones de cuna.- No hay mejor lugar para seguir sintiendo el olor de las flores.- debió pensar. 

lunes, 25 de mayo de 2015

La inquisición

La inquisición no tardará en llegar:  Ese era el mensaje clave para saber el momento exacto en el que Hector cruzaba  la esquina. Tres pasos después tenía  un disparo  en la frente. En dos segundos estaba  tirado en el suelo. Matías no esperó  a ver sangre.  Mandó  un nuevo mensaje: excomulgado. Todo parecía ir bien, sin embargo, algo fallaba.  Héctor no sabía morirse bien y se había torcido un pie en su caída. En vez  de permanecer  pegado al suelo se retorcía agarrándose el tobillo. Matías pensó que la verdadera derrota está en no saber morirse bien.