Ussel |
Tenía la piel sobresaltada y el
estómago atado con una pinza de la ropa. Lo sentía sujeto a una cuerda que alguien
movía a través de una polea. Sin embargo no podía articular palabra. La boca no
se me abría. Tenía los labios cosidos con cemento armado, el superior pesaba
demasiado y aplastaba al inferior que no podía moverse. Mi cuerpo fue una
fortificación durante cinco minutos. El tiempo que puede durar un abrazo, comer
una pera, leer la página de un libro. Este tiempo mi cuerpo lo convirtió en la
tortura de un campo de concentración. Treinta segundos antes, cuando el cuerpo
reposaba en un atardecer libre sólo se oía el sonido ensordecedor de una moto a
gran velocidad. De frente un camión. Quedan 10 segundos, suficientes para que
vuele un casco que se ha comido una cabeza y un cuerpo que rompe sus huesos
contra la luna del camión. Dos segundos. Quietud, silencio, sangre esparcida,
sesos, brazo pegado a mis zapatos. Empiezan mis cinco minutos de horror. El
tiempo que se necesita para la consciencia.