Nunca he podido ser la “chica de las
bragas de oro” pero, durante tres días, fui la “de las botas podridas”. – Nadie
daba un duro por ti.- me dijo la chica que corre. -Nadie pensó que lo podrías
hacer. Venir con las botas podridas y que se te deshagan en el primer kilómetro
lo dice todo. –. Adoro la sinceridad y
empecé a empatizar con la chica que corre. El director de la expedición se ofreció
amablemente a acompañarme en busca de otras zapatillas que había dejado en el autobús. El chófer,
Fran, al vernos, se quedó perplejo y nos
recibió con una sonrisa irónica: - ya vuelven dos.- debió pensar.- Esta
aventura empieza a estar interesante. Las botas podridas se quedaron en un
contenedor a las puertas del Parque Natural del Señorío de Bertiz. Esas botas
que cruzaron parte de Francia central terminan sus días, años después, a las
puertas de uno de los mayores parques naturales de Navarra. Si no se las
llevaran, contemplarían 2040 hectáreas de parque poblado esencialmente por hayas,
robles y algún avellano. Es un parque que nació de una forma romántica, como
todas las grandes cosas de la vida. Antes de conocer la intrahistoria voy a
hablar de Koldo. No tengo la certeza de
que exista, quizás sea un ser mitológico de los montes de Navarra, quizás solo
salga de detrás de un tronco en busca del caminante, y nosotros éramos muchos,
por eso, quizás, se quedó tres días para hablarnos de lo humano y lo divino de
la naturaleza.
Koldo es biólogo y dueño de una empresa local de interpretación de la naturaleza después de dejar su trabajo en la administración y de ser nómada
en India y Pakistán. De joven huyó a un viaje en moto de varios meses,
tras un desengaño amoroso. La chica que
corre le preguntó si había conseguido olvidar ese amor. Una buena pregunta, sin
duda. Ella siempre tenía muy buenas preguntas y por eso yo intentaba situarme a
su lado, para no perderme las respuestas. –No, dijo Koldo.- Ella siempre estuvo
aquí.- respondió señalándose la sien. Koldo, antes de empezar el viaje nos llevó a
la mágica historia de la vida. En una
caja de madera llevaba trozos de mundo, del que había existido antes en aquella
pradera verde: Un diente de una especie de dinosaurio, un hongo que nace dentro
de los árboles, plumas de pájaros, fotos plastificadas que testimoniaban que
hace miles de años aquello había sido un océano y un auténtico parque jurásico.
Ya en la historia cercana estaban Don
Pedro Diga y su esposa Dorotea que compraron la inmensa finca en 1898. Como
auténticos amantes de la naturaleza trajeron al parque todo tipo de árboles y especies para
hacer un auténtico museo verde. A Koldo no le pareció una buena idea.- Tiene su
parte buena pero también su parte mala.- dijo.- Trajo especies foráneas que con
el tiempo invaden el territorio y no permiten crecer a las propias.- Ahora tenemos un bosque de hayas pero nos
encontramos con juncos, palmeras o cerezos japoneses. Don Pedro resultó ser un
hombre inquieto y tremendamente apegado a la tierra: Construyó su residencia de
verano a siete kilómetros de la de invierno. Eso sí, cuesta arriba en el monte.
Hacer un poco de ejercicio fue sano en todas las épocas. Don Pedro y Doña Dorotea vivieron dedicados
en cuerpo y alma al parque. En 1949 Don Pedro lo legó por testamento de puño y letra al
Señorío de Navarra y a la Diputación foral.
Puso una condición: Conservarlo sin variar sus características
naturales. Desde 1984 es Parque Natural del Gobierno de Navarra. Está cuidado como si fuera el salón de una
casa. Los pájaros carpinteros agujerean los troncos casi muertos y los hongos
se incrustan en ellos para darles una forma especial.
- Parece una escalera. Se puede subir
como si fueran peldaños.- Apuntó alguien. - No creo que aguante.- contestó
asustado Koldo y nos invitó rápidamente a seguir viaje. Hay plantas que se
comen y saben a ajo, otras están pegajosas porque a ellas se quedan coladas los
mosquitos que le servirán de alimento. Hay roedores que se esconden al pie del
camino, hay plumas de pájaros que indican que alguien fue comido y otro se
llevó un buen festín. Hay ginetas pero
también el mamífero más característico
del hayedo: la marta. Por fortuna no la hemos visto comiendo su manjar
preferido: la ardilla. Si hemos visto
los restos de pelo en sus deposiciones, preciosamente conservadas y visionadas,
gracias a la lupa de fondo rojo de Koldo. .-Ha comido un roedor y semillas.- Aquí
podéis verlas perfectamente.- dijo. Yo
pensaba en una cámara nocturna grabando a todos aquellos animales paseándose de
aquí para allá, persiguiéndose y comiéndose
unos a otros. Hay caídas de agua que ni un afamado interiorista podría haberlas diseñado mejor. Hay
ardillas que parten las avellanas dejando un semicírculo perfecto. El único
sonido, el de los pájaros. Koldo los reconoce todos y los reinterpreta
fielmente. En esta explosión de vida y naturaleza entristece saber que cada
cambio humano va a influir en la fauna y la flora. Plantar centeno y trigo en
lugares en que no había estos cultivos atrae a un tipo de pájaros que antes no
vivían aquí, y se tendrán que ir otros, como los gorriones. “Lo esencial es invisible a los ojos” se lee
en la camiseta de Koldo. La frase de Saint Exupèry es el
lema de su empresa. La miro frente a mí, mientras caminamos, y luego miro a los
lados y al cielo y pienso que en ese momento lo esencial si es visible.