Praia das Catedrais. Ribadeo. Lugo |
Inés siempre
olía a sardinas. Las traía a clase rebozadas, fritas y apretadas en su cuaderno de líneas azules. Cuando, a la
hora del recreo, se las comía, en su
lugar quedaba una mancha de grasa entre las hojas que borraba todas las líneas.
Era el momento de poner a secar el cuaderno al sol para que la capa de grasa se
fuera expandiendo por la libreta. Entonces aparecían los mapas del mundo.
Jugábamos a descubrir países entre los restos grasosos de las sardinas. Nos ayudaba
una bola gigante del mundo con los países coloreados. Siempre encontrábamos a
Uganda, con forma de avellana, o Hungría que parecía media salchicha.
Rodeábamos con un rotulador negro los
restos de grasa y nos salía un curioso mapamundi. Se mezclaban países de los
cinco continentes: un asiático, al lado de un africano y rodeado por un
europeo. A los pocos meses teníamos
muchos mundos posibles que guardábamos cuidadosamente en una carpeta. Algún día
los visitaríamos todos saltando de un continente a otro según nuestra propia
concepción del mundo. A Inés la cambiaron de colegio al año siguiente. Yo,
después de 50 años, sigo adorando el olor a sardina frita.
Mmmm... Curiosa y mágica geografía la creada por Inés y su compa. El mapamundi cabe en una pupila y en una libreta escolar con tinta oleosa de sardinas. Pienso yo que, antes que los hispanoamericanos, fueron los niños los que inventaron el surrealismo mágico. Tienen una mirada inconsciente de poetas, para ellos "Esto no es una pipa" que decía el señor Magritte. Es imprescindible conservar esa mirada en el tiempo, como el olor de unas sardinas fritas: la infancia recuperada.
ResponderEliminarLurdes, este cuento me ha encantado. En tu mirada caben todos los mundos im-posibles.
Un abrazo
Gracias Shandy, a mi también me gusta mucho Magritte y sus miradas, y me gustaría por un día volver a ser niña para recuperar esa mirada de entonces, aunque, por suerte, la tengo bastante presente. Muchas gracias por leer mis cuentos. un abrazooo grande.
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