
-¿quién es ese hombre? pregunté una tarde de bocadillo de nocilla en su casa.
-Es Federico García Lorca- respondió.
-¿Y quien es Federico García Lorca?
-Era un amigo de infancia y un vecino que mataron en la guerra.
-¿y Porqué lo mataron?
-Porque pensaba demasiado y decía lo que pensaba.
Me dejó pensativa su respuesta. Si Guadalupe decía que era malo pensar habría que evitarlo y si decía que tampoco había que decir lo que se pensaba había que estar callada. A Federico lo veía todos los días, a partir de entonces, con el dedo en los labios y guiñándome un ojo. El me enseñó a callar y a que mi cabeza se convirtiera en un mar de nubecitas con osos de colores que tenían en su interior todas las ideas que nunca podría decir.
Guadalupe y Federico se convirtieron pronto en el Universo de mi infancia. Mientras le ayudaba a lavar la ropa en agua fría me contaba historias.
-El tenía la mente más abierta que nosotros. A él le hacía mal el dolor de su pueblo. Y por eso lo mataron. Era valiente... Federico. Y se quedaba pensando un rato tras estas palabras.
Federico acabó conviertiéndose en mi ídolo. Por la noche soñaba que Federico salía de la pared y se acostaba al lado de Guadalupe para darle a ella los besos llenos de saliva que luego me trasladaba a mi por la mañana. Los besos de Federico sabían a mojado, aún así, hoy todavía me sigue guiñando el ojo desde lo alto de mi escritorio.