No es un lugar
de turismo típico o referente espacio de ocio. Se trata de un encuentro con el
pasado, con el exterminio nazi para que su
recuerdo impida que hechos similares
vuelvan a repetirse. Francia invita a una memoria permanente de la Segunda Guerra Mundial con espacios que recuerdan a sus muertos en cada plaza de pueblo
y en cada cementerio. No se pueden recorrer muchos kilómetros del país galo sin
tropezarse con un monumento recubierto de flores y de nombres de antiguos
combatientes. A veces, incluso, se alinean los monolitos conmemorativos de la
primera y segunda guerra mundial.
Oradour Sur
Glane es un caso especial y único en la Europa Occidental. No es exclusivo un
pueblo enteramente destruido por las fuerzas alemanas pero si la conservación
intacta para convertirlo en inmenso museo a la memoria de la atrocidad de la
guerra.
Todo comienza
un 10 de junio de 1944 a las dos del mediodía. Oradur Sur Glane, población
media situada a 22 kilómetros de Limoges, vive una animada y soleada mañana de sábado. Ningún presentimiento podía enturbiar esa quietud. Los niños acababan
de ir a clase, las familias tomaban el café tardío tras el almuerzo y de
repente se oye el ruído de un motor. Seguramente alguien mirando por la ventana
dice simplemente:-mira, un alemán.- Pero no era el único, otros le siguen, un
coche blindado, dos... cinco, seis, un camión, tres.... diez camiones .... se
estacionan en puntos estratégicos del pueblo. Los vecinos se asoman a puertas y
ventanas, se dan cuenta de que vienen con trajes de guerra, cascos, botas,
uniformes de camuflaje en caqui y marrón. -¿Qué está pasando?- Se preguntan. No
se muestran inquietos, pese a la guerra reinante en el país, Oradour era un
pueblo tranquilo y sin importancia estratégica del centro de Francia. Por eso
casi nadie pensaba en huir, aunque enseguida el pueblo fue rodeado
completamente por coches y soldados. Entonces suena la alarma. Todos deben
reunirse en la plaza mayor, al mismo tiempo las patrullas entran en las casas e
inspeccionan cada rincón. Hombres, mujeres, niños, viejos, no hay excepción.
Los escolares, dóciles, se dejan llevar en fila, todos menos uno: el pequeño
Lorrain de ocho años se esconde en el jardín y se convierte en el único que se
salvó de los 206 niños que había en el colegio de Oradour. Una vez el grupo
formado empiezan las separaciones : por un lado las mujeres, y los niños por el
otro los hombres. Las mujeres se sintieron confiadas al verse conducidas junto
a los niños hacia la iglesia. –“la casa de Dios y de la paz”, nada malo les
podría pasar allí- pensaban. Tras una hora los S.S. reagrupan a los hombres en
granjas en donde va a comenzar el drama.
Desde la iglesia las mujeres
escuchan el ruido de las metralletas. Sólo entenderán el horror de la masacre.
Las armas automáticas tiran directamente sobre los hombres alineados en varias
filas y algunos, todavía vivos, caen sobre la paja en donde serán
inmediatamente quemados para continuar con su terrible agonía. Cinco hombres,
sin embargo, escaparán vivos de este infierno. Todos simulan estar muertos
desde la primera bala para luego arrastrarse hasta una esquina de la granja,
correr hacia el campo y esperar la oscuridad de la noche. En la iglesia, tras
largas horas de angustia e incertidumbre las mujeres ven abrir las puertas y
piensan en su libertad. Entran dos alemanes, cierran la puerta tras ellos y
colocan una enorme caja con varias mechas encima del altar. Luego les prenden
fuego e inmediatamente abandonan la iglesia. Basta medio minuto para oír una
gran explosión. Los niños se abrazan a sus madres -¡vamos a morir asfixiados,
quemados!- Todos intentan escalar por la pared. Imposible, los torturadores
están en el exterior y tirotean la iglesia a través de las ventanas. Mujeres y
niños caen unos sobre otros. La tragedia
llega a su fin, pero todavía queda un último paso: es necesario esconder estas
víctimas del nazismo. Los soldados vuelven para reagrupar los cuerpos alrededor
de los bancos y sillas y les prenden fuego. Al mismo tiempo, fuera de la
iglesia, los hombres de la tercera compañía de las S.S. fusilaban todavía a
gente en los campos y los lanzaban a los pozos.
Para terminar, incendio general en todo el pueblo. Desde esta tarde
clara hasta el anochecer se pudo ver en el cielo una inmensa columna de humo y
de llamas. Oradour Sur Glane se transformaba en cenizas.
Madame
Rouffanche, única superviviente de la iglesia.
Madame
Rouffanche fue la única persona que pudo escaparse de la matanza de la iglesia.
Su suerte de debió a la gran confusión creada entre las víctimas y a una
pequeña escalera que le permitió subir hasta una ventana de la iglesia. Tras
una caída de tres metros, Madame Rouffranche se dio cuenta de que era seguida
por una mujer que tenía a su bebé en brazos. Ambas comenzaron a correr campo a
través pero enseguida empezaron a dispararles con metralletas. La mujer y el
bebé murieron en el acto y Madame Rouffranche resultó herida. Pese a estar
lesionada logró esconderse entre las plantas de un jardín y solamente fue
rescatada a las cinco de la tarde del día siguiente. Esta mujer representó uno
de los pocos testimonios que pudieron dar fe de la masacre.
Cinco hombres sobrevivieron de la granja Laudy
Sólo cinco
hombres se escaparon de la muerte segura. Después de haber sorteado las balas
(aunque tres de ellos fueron heridos) tuvieron que escapar de las llamas. Su
calvario duró más de tres horas. Eran Broussadier, Darthout, Borie, Roby y
Hebras. La memoria de esta masacre ha durado hasta su muerte. Otros pudieron
escapar porque no se encontraban ese día en el pueblo. En cualquier caso lo
perdieron todo: su familia, su casa, sus recuerdos.
Los torturadores
Los hombres que participaron en
la matanza pertenecían a la tercera compañía del regimiento de las S. S. “Der
Führer”. El General Lammerding, conocido ya por dar la orden de colgar a 99
resistentes de la ciudad de Tulle un día antes, ideó toda la masacre. Al parecer la ejecución de las mujeres y los
niños no estaba prevista en el plan inicial. El comandante Dickman, el
capitán Kahn y el lugarteniete Barth dirigieron la operación
desde el propio campo.
¿Qué ha sido de ellos?
El General Lammerding,
a pesar de haber sido condenado a muerte por rebeldía, llevó una vida tranquila
en Düsserldorf y murió en 1971.
El comandante Dickman
murió varios días después del drama en el rente de Normandía.
El capitán Kahn
fue dado por desaparecido
El
lugarteniente Barth fue condenado a cadena perpetua en 1983 en Berlin
este.
Los otros
participantes en la masacre obtuvieron la amnistía en el juicio de Burdeos de
1953.