Mató la mosca pegando una palmada en la barra del Monterrey. Se quedó
pegada a la piel, espachurrada, como las chapas que ponía en la vía antes de
pasar el tren. El chirrido de la locomotora al moverse por los raíles le
recordó a Marisa con sus coletas y su falda corta. Corría entre las vías y
cantaba las canciones de Carlos Gardel de su padre. Aquel hombre tosco con
manos gordas que lo había tirado al suelo de una torta por tocarle el culo a su
hija. La palma quedó enrojecida y la mosca cayó al suelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario