En los últimos años a la tía Ramona le
empezó a crecer la piel, un centímetro tras otro como las fallas bajo tierra.
No se hizo visible hasta que nos dimos cuenta de que empezaba a arrastrarla por el suelo. Tras sus cortos
pasos había un manto de piel que iba creciendo como el velo de una novia. Se
transformó en la vieja casada continuamente camino del altar. La última
vez que la vi iba caminando lentamente por la carretera con un metro de piel
arrastrado tras sus pies, no le pesaba, la piel arrugada era como un aire
visible con pequeños poros que respiraban individualmente. El manto se extendía
tras sus pasos por encima de las flores en primavera y del barro en invierno y
luego desaparecía junto a su cabeza, sus manos y sus codos duros y agrietados.
Vi por última vez aquella piel esparcida un 25 de septiembre, iba a la compra
pero todo el conjunto de piel arrugada y vieja murió debajo de la piedra
gigante y perfectamente redonda que había permanecido asomando al camino
durante miles de años. Sin duda estaba esperando el paso de la tía Ramona.
Nadie podía haber transformado aquel manto nupcial en que se había convertido en
una masa lisa lista para enrollar y guardar en una sobria tumba.
Una historia tierna y onírica. Veo a una mujer a la que ha esquivado el amor, una eterna novia sin novio que, finalmente se casa con la muerte o, lo que es lo mismo, con la naturaleza de la que pasa a formar parte. Me gusta la imagen de la piel que, poco a poco se transforma en velo. Una justicia poética.
ResponderEliminarGracias Luisa. La tía Ramona era una mujer dedicada a los demás, que no hablaba de si porque quizás aprendió desde pequeña que lo importante sólo eran sus dos hermanos varones. Me gustaría darle la visibilidad que nunca tuvo en vida.
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