miércoles, 26 de febrero de 2014

De la insensatez del mundo actual.

Empieza el día, empieza una vida.
La primera vez que escuché un piano tenía cinco años. Era en clase de educación Física. Con mi chándal nuevo era feliz saltando al son de las notas para aprender a coordinar el movimiento del cuerpo y del oído. Evidentemente no era en España. Aquí todavía no había pianos en las escuelas públicas…. Hoy todavía no hay pianos en las escuelas públicas….. Con la fuerza del aprendizaje en la infancia, las notas del piano me persiguieron toda la vida. Guardaré, hasta que me muera, el deseo de aprender a tocarlo. Aunque hoy sería algo pausible nunca lo haré . Quiero morirme con ese deseo. Algunos años después arrastré un chándal, un pelín más grande, por los pasillos del Instituto Anxel Fole de Lugo. Allí, no había piano, pero tampoco había gimnasio y corríamos por el pasillo de un lado a otro simplemente porque en el programa escolar había tres horas semanales de Educación Física. Corríamos ante la mirada de algún bedel que salía al pasillo para ver como se contorsionaban las adolescentes. Eramos jóvenes sudorosas salpicando hormonas por las espinillas que odiábamos las miradas indiscretas de viejos sonrientes. Hoy las hijas de aquellas sudorosas adolescentes siguen corriendo sin saber porqué. Sin música, sin filosofía, sin el ritmo de aprender a controlar las emociones, los afectos, sin saber manejarse en ese mundo intangible pero real. Espero que a alguien se le ocurra poner un piano en las cabecitas de los escolares para que aprendan a escuchar y a sentir. Así, quizás, algún día los adolescentes suden en el patio con olor a fresa.

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