Treviño desde la ventana de Celia Villanueva |
Marilúa descubrió la naturaleza como un juego de
sensaciones. Un día, de repente se dio cuenta de que la tierra frente a la
ventana era verde. Se había subido a una silla para observarla. –es el trigo,
que está creciendo.- dijo la madre. – ¿Yo
también soy verde, mamá? preguntó Marilúa. No hubo respuesta. No la
necesitaba. Toda su atención estaba en la mirada a ese campo verde abombado que, de repente, había aparecido frente a sus ojos.
A Marilúa le hubiera gustado ser gigante para acariciar la montaña con un dedo
y que la hierba le hiciera cosquillas en la piel. Podía verlo pero no tocarlo. Cuando fuera mayor abriría la ventana
y se tiraría sobre los campos verdes para rodar una y otra vez hacia el rio. Miró
una y otra vez su piel completamente blanca. La deseaba verde, azul, roja pero no
blanca.