Hay una piedra que parece caer sola en el agua
formando ondas. Es redonda y repelente.
Insiste en seguir abriéndose hueco en el río hasta caer al fondo. Es cuadrada y va caminando, despacio, hacia algún
lugar en donde el roce del agua la hará,
seguramente, redonda. La erosión del amor es así; como las piedras que se van a
vivir al río y se quedan sin aristas. El amor sin aristas es divertido, porque
no duele. Pero para conseguir ese amor tiene que pasar mucha agua por encima. Gotas
que tropiezan y se amontonan en los ojos. Caen en algún lugar para erosionar un
poco lo que tocan. Tiempo y agua para que se insensibilice el aire. El amor es
el sentimiento de la vergüenza porque nadie asegura buscarlo pero todos lo
desean en silencio. Si el amor fuera mojarse las manos para coger piedras
erosionadas, estaríamos todos con los
dedos tiritando.
La piedra no cae sola en el agua formando ondas. Alguien la ha
tirado porque las aristas duelen y hay
demasiado miedo a que nunca se vuelva redonda.
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