La abuela
tenía una enorme verruga en el pómulo derecho. Cuando se ponía nerviosa se lo
bordeaba con el dedo corazón. Así conseguía unir la vida que partía del inicio
de la sangre con esa protuberancia formada sólo por piel. De niña creía
que de esa verruga había partido el resto de su cuerpo. Me gustaba
pensar que la abuela había nacido de un pequeño garbanzo de piel. Era
pequeña, escurridiza y hablaba poco.
Andaba por la casa sin hacerse notar como en el laberinto de las cosas por
colocar. A su paso todo quedaba siempre en su sitio. Yo tenía siete años cuando
desapareció. Se inventaron historias sobre Dios y el cielo. Yo supe siempre que
se había escapado rodando hacia otro lugar en el que volver a crecer desde esa verruga para
escurrirse de nuevo entre las cosas.
Yo cuando era niña también me fijaba en las señoras que tenían esas verrugas, yo las relacionaba con las brujas de los cuentos.
ResponderEliminarMe gustó como defines el final con este toque infantil que lo hace muy tierno.
Un saludo
Puri