Con el dedo gordo del pie izquierdo Elsa empezó a dibujar unos barrotes entre el barro. Había llovido y la tierra era manejable. Con el trazo recto dejó impresas líneas paralelas encerradas en una ventana. Se quedó en cuclillas, con los pies desnudos, mirando su obra. –Es la ventana de esta cárcel, estos hierros no dejarán escapar.- susurró. De la tierra firme, asomó su cabeza, una araña minúscula. Había sido desplazada de su siesta por un dedo gigante que casi la aplasta. Nada más salir cayó rodando por un profundo pozo estrecho y alargado que alguien había colocado allí segundos antes. Una vez de pie empezó la carrera hacia la libertad. 8 patas moviéndose incesantemente, 4 ocelos intentando ver lo imposible, la cabeza balanceada. Tenía que haberse quedado entre el barro, pensó. Demasiado tarde. Un dedo gigante volvió a trazar un barrote de hierro, esta vez manchando con minúsculas gotas de sangre la tierra mojada que simulaba una habitación sin sombra. Elsa sonrió. La vigilancia carcelera continuaría toda aquella tarde de otoño.
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