Bosque, Vilanova dos Infantes, Ourense |
Venancio González se habría
muerto hace muchos años si un seis de
enero no hubiera empezado a ir todos los días de ocho a diez a casa de Divina.
Ella no era guapa, pero tenía en su pelo unos rizos pelirrojos que atraían al
más exigente. Tampoco tenía unos grandes ojos pero desprendían suavidad y una
ternura que lo suplían todo. Venancio tuvo su primera noche de reyes con Divina
hacía ya cuarenta años, con lo que sólo había pasado sin ella 25. Desde
entonces se pasaba en su cama malva sus dos mejores horas diarias. A Divina le
entusiasmaba el malva y por eso su ropa interior e incluso de cama era de ese
color. Había llegado a pintar las paredes
de un tono avinagrado pero con el paso del tiempo se convirtieron en
negruzcas.
Venancio trabajaba en la
estación de ferrocarril de diez a ocho de la tarde. Al principio había entrado
de carbonero y se pasaba diez horas al día con una pala metiendo carbón en la
caldera. Con la llegada de los nuevos trenes
eléctricos su cometido cambió. Su única misión ahora era bajar una palanca cada vez que un tren se acercaba a la estación. Esto permitía que las vías se
unieran para que la máquina tomara el camino adecuado. Además con los nuevos
recortes de Renfe solo paraban en Villafranca tres trenes al día, uno de ellos
de mercancías. Así cada tres horas Venancio se levantaba de la silla en la que estaba permanentemente
sentado y se dirigía al final de la estación. Dejaba el andén atrás y caminaba
unos pasos hasta bajar la palanca con mango rojo.
-Ser puta es lo mejor que me
ha pasado en la vida-solía decir Divina, que había intentado antes
sobrevivir con otras muy diversas
profesiones.
-Te querré siempre- Le había dicho Venancio la última noche de su
encuentro-
Hoy Venancio cumplía 45 años de trabajo en la empresa pública y para
celebrarlo su jefe había decidido jubilarlo un año antes de que cumpliese esa
edad. Le estaban preparando una gran fiesta de despedida. Antonio, el compañero
de los últimos años, se encargaría de comprar un reloj de cuco suizo. Engracia
le estaba haciendo un cojín a punto de cruz con un gran tren dibujado en medio.
–Para que descanse- pensaba- en las
largas tardes que a partir de ahora tendía libres. Su mujer Amalia, le haría
una gran tarta para demostrar entre
todos los trabajadores su buen hacer en la cocina. Los hijos le compraron una
medalla de oro en una joyería.
Hoy en el sesenta y cuatro cumpleaños Venancio se sentía como un viejo lobo
de mar en tierra. Sólo pensaba en que
deseos tenía de vivir esta vida. Las costillas le dolían, la cabeza le daba
unos punzazos tremendos. Tenía un dolor en el alma, muy fuerte, se sentía como
una enorme mazorca de maíz a la que estaban quitando los granos poco a
poco. Venancio sólo quería morirse poco
a poco abrazado a Divina.
"Hacienda tendría que cambiar esta situación teniendo en cuenta que tanto las lentillas como las putas sirven para depurar la visión que tenemos de las cosas". Coño, me has hecho reir con la comparación! Pero sí, Lourdes, las putas como Divina tienen su espacio social y profesional. Con lo que hay que acabar es con la explotación , con los proxenetas y la trata de blancas. Y dar todas las oportunidades a las mujeres -y hombres- para poder elegir y desempeñar el trabajo que quieren.
ResponderEliminarEn mi infancia conocí a un personaje como el que describes. Se llamaba José. Su día más feliz era cuando iba a las chicas, como el decía. Se ponía su traje de domingo y se perfumaba. También le hubiera gustado
morir abrazado a una Divina como la que tú describes.
Me encanta que te haya gustado Shandy , viniendo de ti es un honor. Creo que puede haber muchas Divinas por el mundo y a veces también maltratadas, porque lo único malo que tienen las putas es que son muy vulnerables y están siempre en una posición de difícil escapatoria. A menudo es más triste la soledad que sufren aquellos que pasan la mitad de su vida con ellas. Pagar por el amor o por las caricias es tan triste como frecuente ultimamente. Un besazo Shandy
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