Seguía
atrapado allí dentro, en su caparazón de caracol. Era de esa clase de hombres
que no se dejaba querer. Yo le acaricié la cara deseándolo hacer el resto de mi
vida. El se escondió, se volvió pequeño, se hizo invisible para mí. Era el
tercer hombre que se me hacía invisible tras una caricia. Empecé a preocuparme.
Quizás debería desviar mi camino y no volver a andar entre caracoles. Eso, o
construirme un caparazón.
Lourdes, tu protagonista llega a una dura conclusión. Me imagino que en el mundo han nacido muchos caracoles a consecuencia de vivencias similares. Me gusta mucho tu historia y cómo la cuentas. Besos.
ResponderEliminarGracias Luisa, si han nacido muchos caracoles y seguirán naciendo, porque inexplicablemente cada vez se tiene más miedo a las caricias. Un beso.
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