Todo comienza
un 10 de junio de 1944 a las dos del mediodía. Oradur Sur Glane, población
media situada a 22 kilómetros de Limoges, (Francia).
Es una animada y soleada mañana de
Sábado. Ningún presentimiento podía enturbiar esa quietud. Los niños acababan
de ir a clase, las familias tomaban el café tardío tras el almuerzo y de
repente se oye el ruído de un motor. Seguramente alguien mirando por la ventana
dice simplemente:-mira, un alemán.- Pero no era el único, otros le siguen, un
coche blindado, dos... cinco, seis, un camión, tres.... diez camiones .... se
estacionan en puntos estratégicos del pueblo. Los vecinos se asoman a puertas y
ventanas, se dan cuenta de que vienen con trajes de guerra, cascos, botas,
uniformes de camuflaje en caqui y marrón. -¿Qué está pasando?- Se preguntan. No
se muestran inquietos, pese a la guerra reinante en el país, Oradour era un
pueblo tranquilo y sin importancia estratégica del centro de Francia. Por eso
casi nadie pensaba en huir, aunque enseguida el pueblo fue rodeado
completamente por coches y soldados. Entonces suena la alarma. Todos deben
reunirse en la plaza mayor, al mismo tiempo las patrullas entran en las casas e
inspeccionan cada rincón. Hombres, mujeres, niños, viejos, no hay excepción.
Los escolares, dóciles, se dejan llevar en fila, todos menos uno: el pequeño
Lorrain de ocho años se esconde en el jardín y se convierte en el único que se
salvó de los 206 niños que había en el colegio de Oradour. Una vez el grupo
formado empiezan las separaciones : por un lado las mujeres, y los niños por el
otro los hombres. Las mujeres se sintieron confiadas al verse conducidas junto
a los niños hacia la iglesia. –“la casa de Dios y de la paz”, nada malo les
podría pasar allí- pensaban. Tras una hora los S.S. reagrupan a los hombres en
granjas en donde va a comenzar el drama.
Desde la iglesia las mujeres
escuchan el ruído de las metralletas. Sólo entenderán el horror de la masacre.
Las armas automáticas tiran directamente sobre los hombres alineados en varias
filas y algunos, todavía vivos, caen sobre la paja en donde serán
inmediatamente quemados para continuar con su terrible agonía. Cinco hombres,
sin embargo, escaparán vivos de este infierno. Todos simulan estar muertos
desde la primera bala para luego arrastrarse hasta una esquina de la granja,
correr hacia el campo y esperar la oscuridad de la noche. En la iglesia, tras
largas horas de angustia e incertidumbre las mujeres ven abrir las puertas y
piensan en su libertad. Entran dos alemanes, cierran la puerta tras ellos y
colocan una enorme caja con varias mechas encima del altar. Luego les prenden
fuego e inmediatamente abandonan la iglesia. Basta medio minuto para oír una
gran explosión. Los niños se abrazan a sus madres -¡vamos a morir asfixiados,
quemados!- Todos intentan escalar por la pared. Imposible, los torturadores
están en el exterior y tirotean la iglesia a través de las ventanas. Mujeres y
niños caen unos sobre otros. La tragedia
llega a su fin, pero todavía que un último paso: es necesario esconder estas
víctimas del nazismo. Los soldados vuelven para reagrupar los cuerpos alrededor
de los bancos y sillas y les prenden fuego. Al mismo tiempo, fuera de la
iglesia, los hombres de la tercera compañía de las S.S. fusilaban todavía a
gente en los campos y los lanzaban a los pozos.
Para terminar, incendio general en todo el pueblo. Desde esta tarde
clara hasta el anochecer se pudo ver en el cielo una inmensa columna de humo y
de llamas. Oradour Sur Glane se transformaba en cenizas.